¿QUÉ ME PUEDES DECIR DE TI?

¿Y tú? ?¿Qué me puedes decir de ti?
¿Hasta cuando habré de respirar tu silencio?
¿Qué oscuro vértigo te dejó sin lengua?

Yo sé que estás ahí,
al otro lado del hilo telefónico,
esperando quién sabe qué,
escrutando el cielo cada noche
con ojos de ventana abierta
y hambriento corazón de estrella.

Pero desconozco tu rostro.
Quizás alguna vez te tuve
durante un sueño
o te amé sin darme cuenta
de que eras tú aquella melodía
tierna que se adhirió a mi cuerpo
y rompió por un momento
todas mis cadenas.

Yo sé que a veces
lloras a lágrima viva para adentro
y entonces sientes que se acaba la vida
y un bozal espeso de tinieblas
te ahoga el alma
y le pone un candado a tu alegría,
pero no importa,
quiero que sepas que no me importa,
que te quiero aunque seas
una flor sin pétalos
o el último escalón
de una noria que no gira.

 

Abre los ojos y mírame.
Estoy aquí. No busques más.
En la lluvia que recorre la ciudad,
en la niebla que envuelve tus recuerdos,
en la luz bohemia del farol
que peina las aceras cada noche.
Soy un ir y venir de sueños,
una estrella fugitiva
que no encuentra el horizonte.
Soy una gaviota triste
vestida con luz de luna
y suave abanico de plata.
Formo parte del alma
que llevas instalada dentro
y duermo en tu misma almohada.
Soy yo, tu amigo y tu enemigo,
redondo y cuadrado, recto
y torcido y retorcido, etéreo
como un silencio, insumiso
como el vértigo de un glaciar,
revoltoso, herido, trashumante,
reo, pendenciero, ladrón.
Abre los ojos y siente
que estoy aquí, contigo,
en este preciso momento
y no tengas miedo
porque sólo soy tu pensamiento.

 

¿Alguna vez dejaste el corazón atrás?
¿Alguna vez llovió el olvido sobre tu sombra?
¿Alguna vez durmió la luna sobre tus ojos?

No sé quién soy, pero te busco
entre los pliegues confusos del recuerdo,
te busco en el forro de las aguas sin luz,
te busco dentro,
en la botella amamantada de silencio.

No se quién soy y, sin embargo, persigo
el bronce de tu quimera solitaria,
el sueño de coral amurallado
que congela el llanto
y vuelve humo la pena,
el ritual sagrado de vuelo que late
en tus alas de princesa cenicienta.

Sé que tu boca madura la sal
y vuelve éter el miedo,
que hay distancias que sueñan
eclipses y abrazos que bordan
el aire o espirales de besos
que trepan columna adentro.

Por eso, tal vez, eres espejo,
laberinto viejo de cristal
donde se fragua el deshielo.

 

Es inútil caminar
por el filo cortante de un cristal
o hacer equilibrios rectos
sobre un alambre suelto.

Es inútil llorar
en el angosto desfiladero del alma,
esperar a que el silencio suene
o a que la soledad escampe.

Los días pasan
y dejan negros huecos en la nada,
contruyen vertederos
a base de olvidos y recuerdos,
y vierten las gotas suicidas del tiempo
en el retrete azul del universo.

Nada tiene sentido.
Así fue, es y será siempre.
La vida como una boca negra y abierta
que te va tragando lentamente
hasta el último bocado
que es la muerte.

Es inútil cortar
las alambradas de espino
que rodean la geometría del aire,
el hilo amargo del vacío
que te ata al infinito
y enhebra el horizonte
breve y triste del hombre.

Es inútil. Sí. Ya lo sé.
Y no queda más remedio
que seguir viviendo
el disparate absurdo
de estos locos molinos de viento.

 

Buenas noches, amor.
Aquí estoy, para ti, una vez más,
enterrado hasta el tuétano en tus huesos,
latiendo en la marea del océano
que agita tu pensamiento.

Te podría decir muchas cosas.
No sé. Quizá que hoy es un día triste,
lleno de horas solitarias y túneles inciertos,
de esos que pasan afeitando el alma
y no dejan más que huecos en la nada.

Te podría decir mucha cosas. Sí.
Qué sé yo. Que soy ese dolor sordo
que te aprieta el corazón
y se demora hasta la madrugada
en el par vacío de tu almohada.
O quizá una rosa embalsamada
tras el cristal de los sueños
que brilla como una estrella
pero que nunca florece.

Todas esas cosas te las podría decir.
Sí. Yo creo que sí.
Pero prefiero estrecharte
entre mis brazos y llenar tu vida
de mi loca pirotecnia
y explotarte entera
con la mecha de mis versos malabares.

 

A través de mis ojos veo el mar,
oigo el latido espeso de sus olas,
toco el azul terciopelo del agua
y siento como se ahogan las rosas
en la espuma infinita de la nada.

Y a cada vaivén sube la marea
de mi conciencia, se desborda el río
de tambores que fluye por mis venas,
la corriente neta de mis latidos
salida de un laberinto de sal.

Soy yo y estoy aquí,
lleno de hondos corales que me trepan
al pensamiento y desbordan el alma
como una loca lluvia de cometas
que mi boca desmenuza en palabras.

Soy yo, una realidad vertida
desde lo alto, un océano sin puerta
por donde sale a raudales la vida
y entra sin que apenas me dé cuenta
la niebla silenciosa de la muerte.

 

Si todos los poetas del mundo
hiciéramos una huelga de celo
y en lugar de expedientes en los ministerios
circularan carpetas llenas de poemas;
si los vendedores ambulantes de tristeza
se sentaran a comer un poco de amargura
en la mesa que siempre preparan para otros,
y así comprendieran el valor de la alegría;
si emborracháramos de ternura a los asesinos
y al ladrón encorbatado de la política le robáramos
la cartera amarilla donde guarda su avaricia desmedida;
si al ciudadano medio
que se queda en casa, tranquilamente,
como si no pasara nada,
disparando el fusil insolidario del hambre,
el obús retardado del egoísmo,
la bomba silenciosa de la falta de medicamentos,
digo, si al ciudadano medio, al bajo, al alto,
le sacáramos la espina de la indiferencia
que lleva clavada en lo más  hondo del alma;
y, además, todos nos pintáramos de colores
para olvidar las consignas del racismo
y a la hora de la vida  fuéramos iguales
el blanco, el rojo, el negro y el amarillo;
y si a los terroristas les estallara dentro del corazón
el coche bomba de la tolerancia,
el avión con alas blancas de la paz,
o el antrax de la comprensión,
y emplearan toda su energía
en abolir la miseria y el hambre
de la faz de este mundo,
entonces quizá despertaría Dios o Alá
de su sueño eterno
y pensaría que en el universo
existe algo parecido al cielo.

 

Si no fuera porque tu boca
sabe a rocío y misterio
y con tus ojos llenos de claveles verdes
untas mi alma de aceite y fecundas fiebres,
me hundiría para siempre
en el abismo negro
de los días, del tiempo, de la muerte
y ya nada volvería a ser lo mismo que es ahora.

Si no fuera porque tus fuegos de artificio
explotan como horizontes nuevos
en mis venas
y deshielan el frío cisma de mis huesos
e inundan el cielo de latidos sin fronteras,
lloraría mar adentro largas caravanas
de tristeza
y en el seco desierto de mis penas
dejaría hasta la última sal de mis poemas.

Si no fuera porque tus olas definitivas
mueven la mareas de mi corazón sin tierra
y en la noria infinita de tus suaves manos
gira el delirante carrusel de la ternura,
no sabría hacia qué puerto
dirigir mis velas o enfilar la proa
de este viejo mascarón que ya hace aguas
antes de ponerse a navegar
por las rutas sin norte de su negro destino.

 

Tú sabes que estoy aquí, desangrado,
en la noche desnuda y trasnochada,
deshilachado hasta el último sueño
en la frigidez polar de tu almohada.

Tú sabes que en mi alma no hay fronteras
aunque laten en ella mil espejos
rotos y un abismo negro y sin fondo
que devora sin tregua mi cerebro.

Tú sabes también que puedes soñarme
y tocarme y hacer que broten ternuras
dormidas de mi corazón de piedra
y fundir el metal de mi amargura.

Pero no sabes hacia dónde vamos
ni qué extraños hilos mueven la noria
absurda del destino ni qué cielos
o infiernos nos deparan las horas.

 

Amor, ¿por qué ocultas tu dulce rostro
en el denso matorral de las sombras?
¿por qué caminos transitan tus labios
que no aciertan la ruta de mi boca?
¿por qué el fecundo tren de tus latidos
nunca se detiene a regar mis rosas?

Mis venas son llanuras calcinadas
que no conocen la huella de tus pasos,
serpientes que se arrastran por el suelo
y no encuentran las manzanas de tu árbol.

Amor, ¿por qué tus olas desembocan
siempre en otras playas y no vierten
su espuma en la latitud de mis rocas,
en la espesa soledad de mis sienes?
¿por qué no llenas mi copa de fuego
y apagas la tristeza de mis nieves?

Quiero sentir la loca primavera
de tus piernas trepando a mis cumbres
solitarias y el barro moldeable
de tus pechos fermentando en la lumbre
de mis manos redondas de alfarero
y llenarte de horizontes sin nubes.

Amor, ¿por qué se tarda tanto tiempo
en traspasar las fronteras del cielo?