Más disperso que un velo tejido por la lluvia
en el horizonte, errante como un fado sin cuerdas de guitarra,
confuso, perdido en las rendijas del pasado,
te veo asomada a la boca del viento,
indeciso fulgor de un hada
que crece en tierra de nadie.
Y, sin embargo, hay algo en ti que me recuerda
el lejano lienzo de la infancia, a una nube
que recorrió el azul de norte a sur
y cruzó frente a mi puerta
sin atreverse a entrar.
La noche, sin ti, es caracol de invierno
que afila el blues de la tristeza,
desfiladero cruel de espectros
que roe el hueso,
desbordada grieta de quimeras.
Eres un soplo de abril
que llama en diciembre,
humo repleto de mañana
que me devuelve al ayer
y convierte el hoy
en una ciega legión de fantasmas.
Instalada en la memoria
como un rostro difuso
me persigues,
tallas en mí tantos matices del éter
que las cenizas gritan fuegos de artificio.
Eres luz que madura entre mis sombras,
misterioso enjambre de alas,
presagio que corona de espuma
el duelo con que te visten
las olas de los sueños.