Te arranqué de las garras de la muerte
mi fiel querida amiga y compañera;
voló sin rumbo el ave carroñera
sin presa se quedó: ¡mala su suerte!
Angustia tuve al ver tu cuerpo inerte
yacía frío echado en la cochera;
con tristeza lloré la noche entera
rogaba a Dios, negándome a perderte.
Feliz hoy grito al mundo mi alegría
y osadamente plasmo en un soneto
aquella madrugada de agonía.
Por fin culmino este último terceto
que escribo con inmensa algarabía;
sin ti el tren partió: ¡he roto tu boleto!